Me he traido de recuerdo un trancazo tremendo -escribo bajo los efectos de antigripales ahora mismo-, probablemente gracias a la manía de los aviones en general y de los trenes y centros comerciales tailandeses en particular de intentar hacerte sentir como un cacho de carne en un congelador industrial, pero me lo pasé bien y ya me curaré -espero-.
¿Qué tal fue el viaje? Pues os cuento.
Primero Kazuki y yo nos dirigimos al aeropuerto, buscando aventuras.
Es el ángulo, no me ha crecido la cabeza.
El aeropuerto de Narita tiene dos mascotas. Una de ellas, Kuutan, se encontraba en las botellas de agua de las máquinas de bebidas una vez pasado el control de rayos x, deseándonos un buen viaje.
Vuelo low cost, así que mejor comprar el agua fuera.
Nos subimos al avión y 6 horas después estábamos en Bangkok. ¡Weeee!
Como hace mucho calor y hay mucha humedad, fuimos preparados con ropa de verano.
No solo en el aeropuerto, sino por todas partes en la ciudad se encontraban fotos enormes del rey Rama IX en sus años mozos, según me ha chivado Wikipedia, dándonos la bienvenida.
Muy fotogénico no es, pobrecico.
Ahora toca aventurarnos en la ciudad.
¿Qué cosas abundan en Bangkok? En primer lugar, perros callejeros y perros con collar pero sin correa ni dueño a la vista.
El Can Cerbero paseándose a sus anchas.
En segundo lugar, los famosos puestos de comida callejeros -en todas partes, y con el olorcito ganas de comer constantemente-.
Y en tercer lugar, rascacielos abandonados. Este no me dí cuenta de que estaba completamente vacío hasta que Kazuki me lo hizo notar.
Próximamente, más.
Próximamente, más.
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