Aunque a mí no me gustan los gatos, no llego ni de lejos al extremo del edificio de al lado del mío, donde no solo tienen una máquina de ultrasonidos para espantar gatos -con forma de gato, por cierto-, sino que tienen muchas botellas de dos litros llenas de agua colocadas fuera -existe la creencia de que ahuyentan a los gatos y los imbéciles de ese edificio se lo creen-.
Las botellas de agua me dan igual, pero la maquinita de ultrasonidos hace que no pueda pasar por delante de ese edificio sin tener que taparme las orejas para evitar el consiguiente dolor de oídos. Afortunadamente, el karma parece existir a veces, porque hoy subiendo por las escaleras de mi edificio me he encontrado un felino a quien le dan igual las botellas y las maquinitas.
Miau.
Ahora solo me queda esperar sentada frotándome las manos mientras este gato llama a sus amigos mininos e invaden esa casa.
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